Creer.

Hay que entregarse por completo, inclusive para ser defraudado. Hay que correr el riesgo de cerrar los ojos y poner en otros la apuesta. Es más emocionante y más limpio.

De pequeños, creemos en todo y en todos, y luego crecemos y nos atacan miedos e inseguridades. Por eso me refresca y me emociona conocer a gente que cree y me alejo de los incrédulos.

Porque los primeros le devuelven a uno el sentimiento de ser niño. Y los segundos me recuerdan la peor parte de ser adulto. Yo prefiero que me tachen de inocente. Es más, me enorgullece que lo hagan. Yo les voy a poner de frente el corazón y la mente abiertamente. Yo los voy a querer. Yo voy a correr el riesgo de desilusionarme.

Porque creer totalmente me deja sintiendo más completo y renovado que andar a medias, comprando un seguro de vida emocional por medio de críticas y cinismos.

Qué fácil es andar por la vida sin apostarle a nada. Qué fácil es no comprometerse.

Los miedosos evitan así que les rompan el corazón. Por eso es más difícil creer. Porque uno se expone a perderlo todo. Eso sí, déjenme ser de vez en cuando visceral para sacar el coraje. Permítanme por favor un insulto momentáneo.

Luego encontraré mi norte.

Y las cosas se irán acomodando.