Pienso mucho en mi yo de niño.
En mi infancia, y no hay un solo día no quisiera regresar y hacer -con la experiencia de hoy- las cosas diferentes.
Pienso en un papá que nunca fue papá, y que prefirió irse con otras mujeres antes de ayudar y atender a mamá y jugar con su hijo. Siendo yo papá y conociendo el amor hacia un hijo, nunca podré entenderlo. Y lamento la falta de esa figura paterna que seguro, se hubiera vuelto importante unos años después.
Pienso en un niño que se enteró que su nombre es Margarito, justo en la escuela, no solo viendo la cara de sorpresa de todos por un nombre tan poco común, si no por su PROPIA cara de asombro, porque a el nadie le aviso ese momento podría pasar, enterarte tienes un nombre digno de burla, por alguien más, y que te tome desprevenido, fue tal vez el único momento de mi primera infancia recuerdo: las risas y la burla al pase de lista. Claro, esas risas persistieron y evolucionaron en todos los grados escolares, trabajos, amistades, y hasta alguna que otra pareja. En algo que no elegí tener, el mundo me señaló y me juzgo por un nombre propio.
Pienso en el niño no se atrevía a pedir un juguete, porque temprano, muy temprano se enteró y fue consciente de que el dinero no sobraba en casa. Ahogaba los deseos naturales de un niño solo quería el juguete de moda, pero que lamentablemente nunca lo expresó, por pena y miedo.
Pienso en un niño que amenazaban siempre con llevarlo a escuela o campamento militar, solo porque no obedeció alguna instrucción en casa. Al que le dejaron el ojo morado porque en la oficina donde mamá trabajaba, se le cayó el chocolate en la oficina del “gran jefe” y ella no controló su enojo. Pienso en esa oficina que sustituía a una guardería, y donde me tenía que comportar como un adulto educado, teniendo menos de diez años. Guardando silencio, ojeando revistas, no tocando nada, manteniendo postura firme y educada, haciendo a un lado todos mis deseos de correr, gritar y de jugar.
Pienso en una familia racista, y lo entiendo, un racismo que venía de un dolor propio, y donde era más fácil juzgar y criticar a la gente avanzaba, que reconocerla y copiarles, aprendí a tenerle rencor o simplemente disminuir el mérito los demás tenían en sus logros, era enojo familiar mal canalizado.
Pienso en el niño que la primera vez reprobó, su madre se decepciono tanto que pensó era un error del profesor y se paró en el salón a reclamar, cuando reprobar es algo natural y puede ser tratado de mil maneras, a mi me hizo sentir avergonzado, y me genero la ansiedad por no equivocarme jamás.
Pienso en el niño que un día no vio el reloj, y que teniendo 12 años y jugando a Pokemon, se regreso a casa y le espero la golpiza de su vida por haber ignorado la hora de ya “meterse”
Pienso en el niño que lo dejaban comer como un adulto, y que nunca le enseñaron a medirse con la comida, y donde el ejercicio y el bienestar era simplemente algo inexistente en los valores de la casa, una casa donde nos acostumbramos literalmente a comernos nuestros sentimientos.
Pienso en ese adolescente al que le hacían en Bullying más terrible, donde me tiraban el lonche, donde se burlaban si sacaba reconocimientos, estar entre la espada y la pared de saber que si por un lado triunfaba en las materias: me iba mal con los mismos compañeros, pero era eso, o que me fuera mal… en casa. No tenia para donde hacerme.
¿El rincón favorito?, la biblioteca, donde tenia cierta inmunidad porque ahí los Bullies no entraban, digo, eran tontos pero no tanto como para dejar su receso en una biblioteca. Ahí comía a salvo, mientras leía y leía en silencio, conmigo mismo.
Pienso en esa escuela que permitió me tiraran el lonche, lo escupieran, o se lo robarán, esos maestros acompañaban la risa junto con mis compañeros, pienso en ese maestro de educación física me hacía quitarme la camisa para dar el ejemplo de “como era NO estar saludable y en forma”. Pienso en que me hubiera gustado alguna vez disfrutar la escuela sin tener la presión de todo el mundo.
Pienso en el niño que cuando la escuela le reconocía su mérito académico en las tradicionales asambleas, y mi nombre completo se mencionaba, mientras a todos los llenaban de aplausos y era algo de orgullo, para mi era una ansiedad terrible, y solo recibía burlas.
Pienso en ese adolescente le empezó a llamar la atención alguna chica, y por supuesto no tenía los elementos y la confianza para acercarse a ellas, menos, un papá que me aconsejará no solo en esos temas, si no uno con el cual revisar el carro, manejar, hacer ejercicio, jugar algún deporte.
Pienso en lo feliz me hacía jugar futbol, aunque en casa dijeran era un deporte de “nacos”.
Pienso en una mamá cansada y triste, deprimida y enojada con la vida, a la cual no supe cómo ayudar porque tal vez, ni me correspondía. Una madre que me culpo por no volver a tener pareja.
Pienso en un tio que se acercó pensando en ser una figura paterna, y simplemente terminó decepcionándome y lastimándome.
Pienso en las veces en las que 50 pesos, es todo lo que había para el día, y recuerdo bien cuando el auto nos dejaba por no tener gasolina, siempre me la pasaba viendo el indicador de gasolina en todos los viajes, jamás veía el paisaje.
Pienso en que siempre quise pertenecer a un equipo de futbol como lo hacían mis compañeros, y nunca pude hacerlo.
Pienso en que mis tenis y mi ropa duraba poco, y jamás eran de marca reconocida, y que ningún adulto vino y me dijo a tiempo que eso realmente no era importante.
Pienso mucho en las vacaciones jamas tuvimos en casa, la simple salida al cine que por más quiero recordar, creo no existe.
Pienso mucho la primera vez que en primaría me atreví a decir, “no entiendo” y todo mundo se burló de mi, jamás volví a preguntar alguna duda.
Pienso mucho en la enseñanza de una fe, que simplemente servía para pedir, y muy poco para dar.
Pienso mucho en mi tía Norma, quien siempre me trato con amor y no quería irme de su casa Jamás, pienso mucho en mi primo Ivan, al que no le importaba mi vida tan distinta, compartía con emoción sus juguetes caros conmigo, lo más cercano a un hermano.
Pienso mucho en el señor de la biblioteca, me defendía y me cuidaba de los demás.
Pienso mucho en ti, un niño y Jovencito asustado, lleno de ansiedad, miedo y pena todo el tiempo. Te reconozco, te entiendo y me dueles. Aunque nadie te haya reconocido, entendido y abrazado tu dolor.
Yo, yo te quiero.
Siempre buscando como abrazarte.