La magia no existe, pero sí existe. Existe cuando trabajas para lograrla. No existe cuando la niegas, cuando la esperas fácilmente.
Al escribir estas líneas estoy sentado tomando un buen café, me relaja perderme entre las conversaciones de negocios, de amor y amistad que se encuentra uno por aquí.
Falta poco para estrenar otro año.
Y he decidido pasar más tiempo en este café que siempre me ha regalado paz e inspiración.
Aquí estoy, tranquilo, reflexionando sobre estos años de mi vida. No, no sé cuándo moriré, no sé cuándo me toca pasar a ese estado de conciencia superior donde todo es claro y lógico. Intentar predecir el momento de la muerte es un ejercicio fútil. Uno arbitrario en el cual sólo cabe ser igual de arbitrario en la predicción.
Puede que este a la mitad de mi vida. Si es así o no, de mi error de cálculo, sólo lo sabré cuando ya no importe saber.
No es mi intención sonar melodramático.
Considera simplemente que estoy pensando en letras altas y que tu mente está junto a la mía. ¿Te da miedo? Eso ocurre. Cuando las mentes se tocan, ese roce, esa chispa entre ellas, es una fricción inicial que luego olvidarás con la seducción inherente al intercambio de ideas.
Pasarán muchos años para regresar a estas líneas. El motivo de esta reflexión es hacer una pausa corta y combinarla con un análisis muy profundo y personal, tal como lo hice hace un año. Es todo. La vida que quiero no se va a lograr con reflexiones constantes. Se va a lograr con las acciones que tengo en mente. Y entre pensar mucho y hacer mucho, voto por moverme, por hacer. Pensar está bien. No tengo nada en contra de ello. Pero sé que hacer es mejor.
Quisiera poder decirte con precisión lo que circulaba por mi mente hace algunos años. No lo sé exactamente. Mucho drama romántico tonto, seguramente. Era una persona muy dramática en ese sentido. Con ese tonto placer invertido llamado enojo que nos regala un rush en las tripas que sólo cuando dominamos, nos permite aspirar a ser nuestra mejor versión personal.
Seguramente también era más idealista. Y no es que no crea en la posibilidad de la paz mundial o la hermandad entre todos los hombres o la justicia infinita aquí en la Tierra. Creo que son buenos ideales, pero creo ahora que tenemos un trabajo muy personal, muy individual, del que usualmente solemos huir con la cobija de querer ayudar al mundo. No es ignorar los problemas de todos. Es resolver primero los nuestros porque así llegamos con la mejor fuerza que podemos aportar a cualquier problema: nuestro enfoque y compromiso total.
Este año aprendí a reconocer el miedo en los ojos de los hombres.
Y no he temido al verle. Eso si, me he sentido triste.
Triste por saber que ese miedo es tan fácil de sacudir. Es un miedo obvio en su disolución.
El miedo que he visto en los ojos de la mayoría de la gente tiene que ver con dinero, con seguridad, con reputación.
He visto el miedo disfrazado en tarjetas de crédito, automóviles y celulares que jamas terminaran de pagar.
Y, es que el dinero es un invento.
Es una idea. El dinero es muy honesto. No se esconde. Todos sabemos donde está. En un buen trabajo. En el banco. En un préstamo. En la herencia afortunada. En la venta de un inmueble. El dinero está ahí para servirnos y terminamos sirviéndole a él de una manera robótica. Lo cuidamos. Lo ahorramos. Lo procuramos en lugar de entender una simple verdad que me ha tomado más de dos décadas descubrir: con el dinero hay que hacer cosas. Entre más cosas hagamos con él, más fluirá hacia nosotros, porque le estamos dando la circulación adecuada, lo estamos poniendo en la parte del mecanismo donde embona perfectamente. El dinero es como ese aceite que parece nada en un sistema complejo pero que en realidad permite que ciertas cosas funcionen como tienen que funcionar.
Analizo y hablo mucho del dinero porque al igual que una gran mayoría de la población en México, crecí en una clase media – baja. Y cuando dejé de darme latigazos emocionales por mis condiciones iniciales y me puse a luchas contra mis desventajas geográfico -sociales, esa magia que te digo que no existe pero que sí existe, emergió en mi vida.
No soy millonario en dinero. Soy rico en la manera en que veo las cosas materiales, en las personas que me han ido agregando a sus vidas y en las experiencias que he procurado. Haz siempre que la riqueza de otros tipos te persigan insistentemente, no al revés. Terminarías frustrandote.
El miedo en los ojos de los hombres también tiene que ver con la seguridad, el concepto más falso que la humanidad haya desarrollado alguna vez.
¿Seguridad de qué? ¿Seguridad para qué? ¿Venimos a esta fiesta cósmica con un alma poderosa con la finalidad de estar “seguros”? ¿En serio crees eso? Te lo digo, querido amigo: venimos a hacer cosas. A explotar las habilidades que nuestro travieso espíritu quiere aportar al mundo. Lo subyugamos. Lo matamos con nuestra ciega adhesión al concepto de no arriesgar, de “estar seguros”.
No vivas seguro. Vive pleno.
He aprendido eso. Y puedo contar con que estoy del lado que más me conviene porque las personas en cuyos ojos he visto el miedo levantan sus espadas de la crítica despiadada en contra de lo que busco enarbolar.
El miedo de los hombres con respecto a su reputación es la máxima expresión de la muerte de un espíritu valiente. La moneda universal para lograr lo que los grandes logran jamás ha tenido como componente la reputación. Al contrario, la pérdida de la misma en el instante de su mejor creación ha sido requisito indispensable para la trascendencia.
La obsesión por el dinero, por la seguridad y la reputación son los tres grandes corrosivos de tu pilar trascendental.
Puede que no lo creas, pero a mi edad, he cometido prácticamente la mayoría de los pecados capitales. He tenido tiempo también de promover en mi persona muchos de los diez mandamientos. El tiempo no es un conjunto de días, el tiempo es lo que hagas en ellos. Por eso hay momentos que parecen no acabar nunca, porque no estamos haciendo nada verdadero para acabarlos. Por eso hay momentos que terminan rápido, porque los vivimos de la manera más plena.
He aprendido a combatir el ruido del mundo. El ruido del mundo es esa energía mental negativa que inyecta importancia artificial a todo lo que nos distrae de la trascendencia.
He aprendido que lo más fácil es quejarme, aceptar responsabilidad implica proponer una solución. Una solución implica actuar, moverse, y entonces entra el miedo, miedo porque es ahí cuando fracasamos y hacemos el ridículo, es donde te caes y les darás temporalmente la razón a tus críticos. Por eso, es mejor decir:
“La cosa esta dura”
“Pinche jefe, pinche empresa”
“Maldito presidente”
Lo sabes, es más fácil.
He aprendido a escoger a quien le presto a mi oído, a tolerar el “que mamón es Emmanuel” a cambio de mi paz emocional al no escuchar banalidades y entretenimiento fácil, chismes. A escoger a quien le doy mi tiempo. A no permitir que alguien que solo sabe mi nombre y nada más, me juzgue.
He aprendido a admirar, a tener humildad intelectual y aceptar fracasos como eslabones de crecimiento, en lo laboral, así fue este año.
He aprendido a observar de otra manera la vida, a visualizar mi realidad como una mesa permanente de negociación – “reality is negotiable” dice Tim Ferris – en donde todo puede ser como yo lo desee si le inyecto la intención, el enfoque y los recursos adecuados.
He aprendido a copiar descaradamente y a seguir dócilmente los pasos de aquellos que ya han logrado lo que para mí aún son bosquejos de vida. Autores, conocidos, amigos. Mis modelos integrales de hombres de negocios.
He aprendido a ser paciente. A ver el lado bueno de las cosas, aun cuando me este hundiendo en lo contrario. He aprendido a decir lo que siento, sin pena y con el máximo grado de honestidad. A nunca ver por debajo de mi a quienes no tuvieron – o no supieron- conseguir las mismas oportunidades que yo.
Nuevamente: no es magia, porque la magia no existe, pero sí existe.
He aprendido a matar más fácilmente en cada ocasión a las versiones obsoletas, negativas y de bajo desempeño dentro de mí. Descubrí que no por haber tenido un conjunto de hábitos, creencias y maneras tenía que mantenerlas el resto de mi vida. Justo como el sistema operativo de las computadoras evoluciona, mi sistema operativo personal recibe actualizaciones de mi alma cada vez que es necesario.
Aprendí que la gente con la que creciste, es la que menos te ve crecer. Y que esto ocurre porque así debe de ser. Las personas que más han vivido nuestro desarrollo físico son las menos aptas para ver nuestro desarrollo intelectual. Abrazan a la versión de quince años con la que hicieron clic cuando hoy – varios años después – esa persona ya no piensa igual. Y cuando son expuestas a la realidad – que ha habido una evolución personal avanzada – enfocar ambas versiones – la persona que conocieron contra la persona que ahora hay y que ambas habitan el mismo cuerpo – resulta en un colapso emocional. Y ante los colapsos emocionales, nos asimos a lo familiar.
Ante esta curiosidad de la vida, resulta que intelectual y emocionalmente suelo tener más cercanía con los extraños que me leen constantemente porque son quienes pueden acceder y aceptar sin problemas mi versión actual.
Ya fui emprendedor.
Ya fui jefe.
Ya fui enemigo.
Ya fui amigo.
Ya fui agricultor.
Ya fui escritor.
Hoy soy varias cosas que hace diez años no era.
Este soy yo hablando conmigo mismo dentro de diez años.
En 10 años pasarán varias cosas. Estaré en Nueva York o en Moscú o en Tokio o en Londres o en Boca del Río. Seré cosas que hoy no soy. Y leeré de nuevo estas líneas. Y le preguntaré a ese adulto frente a la pantalla
¿Seguimos trabajando en mover el mundo hacia adelante?
¿Seguimos ocupados en promover la trascendencia?
¿Seguimos enfocados en las cosas que importan?
¿Seguimos en el camino de las cosas elevadas o nos hemos perdido en la banalidad?
¿Qué cosas has hecho conmigo, querido Emmanuel?
Tienes un trabajo y espero que lo cumplas, yo, estoy haciendo mi parte.
Haz lo que sabes que tienes que hacer.
Siempre.